viernes, 20 de junio de 2008

Citas de EL DON DEL AGUILA - Carlos Castaneda -

El arte de ensoñar es la capacidad de utilizar los sueños ordinarios y transformarlos en conciencia controlada, en virtud de una forma espe­cializada de atención denominada la atención de ensueño.

El arte de acechar es un conjunto de procedi­mientos y actitudes que permiten a un guerrero extraer lo mejor de cualquier situación conce­bible.

Lo recomendable para los guerreros es no tener cosas materiales en las que enfocar su poder, sino enfocarlo en el espíritu, en el verdadero vuelo a lo desconocido y no en trivialidades.
Todo el que quiera seguir el camino del gue­rrero ha de librarse de la compulsión de poseer cosas y de aferrarse a ellas.

Ver es un conocimiento corporal. La prepon­derancia del sentido visual en nosotros influye en este conocimiento corporal y hace que parezca estar relacionado con los ojos.

La pérdida de la forma humana es como una espiral. Le da a un guerrero la libertad de recor­darse a sí mismo como un conglomerado de cam­pos de energía enderezados, lo que a su vez le hace aún más libre.

Un guerrero sabe que espera y sabe lo que espera; y mientras espera, deleita sus ojos en la contemplación del mundo. El logro definitivo de un guerrero es disfrutar con la alegría del infinito.

El destino de un guerrero sigue un curso inal­terable. El desafío consiste en cuán lejos puede llegar y cuán impecable puede ser dentro de esos rígidos confines.

Cuando un guerrero deja de tener cualquier clase de expectativas, las acciones de la gente ya no le afectan. Una extraña paz se convierte en la fuer­za que rige su vida. Ha adoptado uno de los con­ceptos de la vida del guerrero: el desapego.

El desapego no aporta automáticamente sabi­duría; pero no obstante, supone una ventaja, pues permite al guerrero detenerse momentáneamente para reconsiderar las situaciones y volver a revisar las posibilidades. Para usar de manera consistente y correcta ese momento extra, un guerrero tiene, sin embargo, que luchar incansablemente durante toda su vida.

Ya me di al poder que a mi destino rige.
Y no me aferro ya a nada, para así no tener nada que defender.
No tengo pensamientos, para así poder ver.
No temo ya a nada, para así poder acordar­me de mí.
Desapegado y sereno, me lanzaré
más allá del Águila para ser libre.

A los guerreros les resulta mucho más fácil salir adelante en condiciones de máxima tensión que ser impecables en circunstancias normales.

Los seres humanos tienen dos lados. El lado derecho abarca todo lo que el intelecto es capaz de concebir. El lado izquierdo es un ámbito de carac­terísticas indescriptibles, un ámbito para el que no caben palabras. El lado izquierdo es comprendi­do ‑si es comprensión lo que tiene lugar‑ con la totalidad del cuerpo. De ahí que se resista a la con­ceptualización.

Todas las facultades, posibilidades y logros del chamanismo, desde los más simples hasta los más asombrosos, se encuentran en el propio cuerpo humano.

A1 poder que gobierna el destino de todos los seres vivientes se le llama el Águila, no porque sea un águila ni porque tenga nada que ver con las águilas, sino porque aparece ante los ojos del viden­te como un águila inconmensurable, negra como el azabache, erguida como se yerguen las águilas, cuya envergadura alcanza el infinito.

El Águila devora la conciencia de todas las criaturas que, vivas en la Tierra un momento antes, y ahora ya muertas, van flotando como un ince­sante enjambre de luciérnagas hacia el pico del Águila, al encuentro de su dueño, de la razón de haber tenido vida. El Águila desenreda esas minúsculas llamas, las tiende como un curtidor ex­tiende una piel y después las consume, pues la con­ciencia es el sustento del Águila.

El Águila, ese poder que gobierna los destinos de toda cosa viviente, refleja igualmente y a la vez todas esas cosas vivas. No hay lugar, por tanto, a que el hombre rece al Águila, le pida favores o espere misericordia. La parte humana del Águila es demasiado insignificante como para conmover a la totalidad.

A toda cosa viviente se le ha otorgado el poder, si así lo desea, de buscar una apertura hacia la libertad y de pasar por ella. Es obvio para el viden­te que ve esa apertura, y para las criaturas que pasan por ella, que el Águila ha otorgado ese don a fin de perpetuar la conciencia.

Cruzar hacia la libertad no significa alcanzar la vida eterna en el sentido usual de eternidad; esto es, vivir por siempre. Ocurre, más bien, que los guerreros pueden conservar su conciencia, que normalmente se abandona al momento de morir. En el momento de cruzar, el cuerpo en su totalidad se inflama de conocimiento. Al instante, cada célula se torna consciente de sí misma y, además, consciente de la totalidad del cuerpo.

El don de libertad que ofrece el Águila no es una dádiva, sino la oportunidad de tener una oportunidad.

Un guerrero no está nunca sitiado. Estar sitia­do implica que uno tiene posesiones personales que defender. Un guerrero no tiene nada en el mundo salvo su impecabilidad, y la impecabilidad no puede ser amenazada.

El primer principio del arte de acechar es que los guerreros eligen su campo de batalla. Un gue­rrero jamás entra en batalla sin conocer antes el entorno.

Eliminar todo lo innecesario es el segundo principio del arte de acechar. Un guerrero no complica las cosas. Busca la sencillez. Aplica toda su concentración para decidir si entra o no en batalla, porque en cada batalla se juega la vida. Éste es el tercer principio del arte de acechar. Un guerrero debe estar dispuesto y preparado para realizar su última parada aquí y ahora. Pero no sin orden ni concierto.

Un guerrero se relaja y se suelta; no teme a nada. Sólo entonces los poderes que guían a los seres humanos abren el camino al guerrero y le auxilian. Sólo entonces. Éste es el cuarto principio del arte de acechar.

Cuando se enfrentan a una fuerza superior con la que no pueden lidiar, los guerreros se retiran por un momento. Dejan que sus pensamientos corran libremente. Se ocupan de otras cosas. Cualquier cosa puede servir. Éste es el quinto principio del arte de acechar.

Los guerreros comprimen el tiempo; éste es el sexto principio del arte de acechar. Hasta un solo instante cuenta. En una batalla por tu vida, un segundo es una eternidad, una eternidad que puede decidir la victoria. Los guerreros persiguen el éxito; por tanto, comprimen el tiempo. Los gue­rreros no desperdician ni un instante.

Para aplicar el séptimo principio del arte de acechar uno tiene que aplicar los otros seis: un ace­chador no se coloca nunca al frente. Está siempre observando desde detrás de la escena.

Aplicar estos principios produce tres resulta­dos. El primero es que los acechadores aprenden a no tomarse nunca en serio: aprenden a reírse de si mismos. Si no tienen miedo de hacer el ridículo, pueden ridiculizar a cualquiera. El segundo es que los acechadores aprenden a tener una paciencia inagotable. Los acechadores nunca tienen prisa, nunca se inquietan. Y el tercero es que los acecha­dores aprenden a tener una inagotable capacidad de improvisación.

Los guerreros encaran el tiempo que llega. Normalmente encaramos el tiempo que se aleja de nosotros; sólo los guerreros pueden cambiar esta situación y encarar el tiempo a medida que avan­za hacia ellos.

Los guerreros tienen una sola cosa en mente: su libertad. Morir y ser devorado por el Águila no representa ningún desafío. En cambio, escabullir­se del Águila y ser libres es la mayor de las auda­cias.

Cuando los guerreros hablan de tiempo no se refieren a algo que se mide por los movimientos del reloj. El tiempo es la esencia de la atención; las emanaciones del Águila están compuestas de tiempo, y, propiamente hablando, cuando un gue­rrero entra en otros aspectos del ser, se está fami­liarizando con el tiempo.

Un guerrero ya no puede llorar, y su única expresión de angustia es un estremecimiento que le viene desde las profundidades mismas del uni­verso. Es como si una de las emanaciones del Águila estuviera hecha de pura angustia, y cuan­do golpea al guerrero, su estremecimiento es infinito.

1 comentario:

Unknown dijo...

Excelentes enseñanazas, que hacen vibrar al espíritu y temer a la materia. Esta " la materia " es un pobre reflejo de la grandeza del conglomerado energético del espíritu que ánima a esta última para tener un campo de experiencias físicas en este universo físico.
RBarrazaC